La vuelta a los Hielos
Como comentaba el otro día al escribir sobre El Chaltén, cuando visité ese pueblo alrededor del año 2000 escuché hablar sobre la vuelta a los Hielos Continentales. Y a partir de ahí, quedó guardado en mi cabeza el tema como una de esas cosas onda "uh... algún día me gustaría hacer eso..."
Algún día.
El día llegó medio de repente, en gran parte gracias a Pau y Charly, que por diversos motivos se pusieron las pilas para concretarlo este año, y me terminaron subiendo al barco. Mucha resistencia la verdad no ofrecí ;-)
De paso, Pau y Charly me demostraron (sin querer), como varias otras personas en diferentes contextos/oportunidades, que para concretar algunos sueños o proyectos solo hay que... bueno, concretarlos. Esperarlos no suele ser un buen plan (¡ey! ¿hay algún psicólogo en la sala, por favor?). Creo que va siendo hora de que tome nota de esto. Posta.
Decía, el día llegó medio de repente. Un día estaba discutiendo y analizando propuestas, otro día estaba charlando sobre el equipo necesario, otro día estaba comprando pasaje de avión, otro estaba tomando una cerveza en Antares para conocer a Osvaldo y a José (dos integrantes más del grupo), una mañana estaba caminando con la mochi cargada en la Reserva de Costanera Sur para entrenar y charlar un rato con Pau, Charly y José... y un día estaba subiéndome a un vuelo de Aerolíneas Argentinas con destino a El Calafate.
Y una mañana nublada de enero, después de pasar un par de días hermosos en El Chaltén, arrancó la travesía.
Etapa I: El Chaltén - Piedra del Fraile - La Playita
Primer día, muchas expectativas, algo de nervios, y más que nada, la incertidumbre del clima. El tiempo se venía pudriendo, y el pronóstico no era muy alentador. En El Chaltén estaba haciendo un calor atípico desde hacía muchos días, y los ríos estaban con mucha agua. Y la pregunta del millón era... ¿vamos a poder vadear el río Pollone?
Fuimos en vehículo hasta el puente sobre el río Eléctrico, y de ahí arrancamos un trekking tranquilo por un lindo bosquesito, bajo un cielo nublado, sin viento, y con llovizna de a ratos. Almorzamos en Piedra del Fraile, que nos regaló un poco de sol, y continuamos nuestra marcha para encarar al bendito río Pollone.
Y sí, el río tenía mucha agua. Diego y el Boti (nuestros guías) tardaron un buen rato en encontrar un paso más o menos potable, y de todas maneras hubo que poner una cuerda para cruzar un poco más seguros. Este vadeo fue el hito del día, y me quedará grabado para siempre lo fría, lo terriblemente fría que estaba el agua, al punto de que dolían los pies a los pocos segundos de tenerlos sumergidos.
Etapa II: La Playita - Paso Marconi - Refugio Gorra Blanca
Día D. El Paso Marconi era nuestra puerta de entrada al Campo de Hielo. El clima seguía bastante dudoso. Fue un trekking más o menos tranquilo hasta que entramos a caminar por entre las piedras en la morrena del Glaciar Marconi. El glaciar ha retrocedido mucho en los últimos años, y hay que entrar a trepar por entre las rocas. Una vez más hubo que recurrir a las cuerdas, la cosa estaba resbaladiza (¡como pule la piedra el hielo!), pero seguimos adelante.
El tiempo empezó a pudrirse un poco más arriba, bajaron las nubes, refrescó, apareció el viento, se largo una nevizca, y después el viento empezó a soplar más fuerte. A esta altura ya estábamos caminando por el hielo, encordados y con raquetas. Y cuando estábamos en el tramo más complicado, una zona en la que hay que ir sorteando grietas continuamente, el tiempo se pudrió del todo. Sinceramente no se cuanto tiempo caminamos en esas condiciones, pero a mi se me hizo mucho. El viento soplaba con todo, había muy poca visibilidad, fue un rato de bastante estrés y bastante tensión. Pero poco a poco el terreno fue mejorando, el viento fue calmando, y de pronto...
... la nada. De pronto caí en la cuenta que estaba pisando un manto de nieve, que el viento había calmado, que en el horizonte el sol se filtraba por entre las nubes, que se mezclaba la nieve con la cordillera y con el cielo, que estaba en una inmensidad blanca y silenciosa. Estaba caminando en el campo de hielo. Estaba fascinado. Emocionado.
De aquí en más el camino hasta el refugio, que se veía lejos en el horizonte, era bastante simple. Pero ya estábamos cansados, y parecía que el refugio se burlaba de nosotros y se alejaba un poco más a cada paso que dábamos. Posta. No llegábamos nunca.
Hasta que llegamos.
Etapa III: Refugio Gorra Blanca - Circo de los Altares
El refu nos albergó en total dos noches. El día siguiente a nuestra llegada fue de descanso, mateada, charlas y partidas de truco, salpicadas por algunos mínimos paseitos por los alrededores para sacar fotos y contemplar el maravilloso paisaje. Uno de los planes originales para ese día era intentar el ascenso al cerro Gorra Blanca, pero quedó descartado porque el tiempo no estaba bueno, y Diego consideró además que no nos habíamos desenvuelto suficientemente bien caminando con grampones en el Marconi... la verdad, creo que nadie lo lamentó demasiado. El descanso era necesario, y si bien la vista del campo de hielo desde la cumbre del Gorra Blanca debe ser alucinante, lo cierto es que ese día el cerro estaba completamente tapado de nubes.
Al otro día, arrancamos hacia nuestro próximo destino, el Circo de los Altares. El tiempo estaba mejorando, y según el pronóstico actualizado que nos habían pasado (¡qué buen invento el teléfono satelital!), sería el mejor día de la semana. Que fuera el mejor no significaba que fuera bueno, pero... era lo que había.
Fue otro día de marcha tranquila por el campo de hielo, esquivando alguna que otra grieta. De a poco fue despejando, aunque no del todo, y el viento no apareció.
Y llegamos al Circo de los Altares, algo que para mi era el hito de la travesía. Y sin embargo... de entrada no me enamoró. No se si fue por la cantidad de fotos que ya había visto, si fue porque lo encontré parcialmente tapado, si fue el cansancio o la suma de todo, pero de alguna manera, el impacto no fue el que yo esperaba. No me malinterpreten: es impresionante, es imponente, es hermoso... pero yo esperaba más. Expectativas, supongo.
El armado del campamento fue muy divertido, y llevó dos horas. Dos largas horas, para construir el muro de hielo, y armar las carpas.
El atardecer tuvo más magia, estaba un poquito más despejado, había arco iris por todos lados, me deleité con nubes locas, loquísimas, y raros reflejos del sol. De a poquito el Circo de los Altares me iba diciendo "¿ves pedazo de pelotudo que este lugar que decís que no cumplió tus expectativas es maravilloso?"
Etapa IV: Circo de los Altares - Laguna Ferrari - Refugio Paso del Viento
El tiempo empezaba a portarse bien del todo. Se fue despejando. Y ver aparecer el sol por atrás del Torre fue muy especial. Finalmente estaba conectándome con el lugar, justo cuando teníamos que dejarlo. Ufa. Hubiera estado genial pasar un día más en el Circo de los Altares, pero había un programa a seguir. No se puede todo en la vida...
La jornada hasta el refugio Paso del Viento fue muy larga. Arrancó tranqui, muy similar al día anterior, caminando por el campo de hielo, hasta que nos "bajamos" al costadito del glaciar Viedma.
La cosa se fue poniendo más áspera caminando por la morrena del glaciar, porque el terreno está muy erosionado. Típico pasaje con mucha piedra grande en la que no hay un camino marcado, sino que hay que buscar por donde pasar a cada paso. Y el viento de a ratos demostró que no por nada estábamos en las cercanías de Paso del Viento.
Poco a poco fuimos saliendo del terreno complicado, el viento se fue a dormir, pasamos por la laguna Ferrari, y finalmente, después de un total de diez horas de larga, larguísima marcha, llegamos al refugio Paso del Viento.
Etapa V: Refugio Paso del Viento - Paso del Viento - Laguna Toro
Llegar al refu fue una bendición. Muchos aprovechamos los últimos rayitos de sol para un baño polaco en la laguna y todo. Fue reparador. El día siguiente era libre, y nos quedamos en el refu, tomando sol, secando algunas cosas, mateando, jugando al truco, disfrutando.
Hasta que volvió a aparecer la preocupación por el vadeo de un río, esta vez, el río Toro (o Túnel, como más te guste). Nos enteramos que la gente que venía desde Laguna Toro para hacer el circuito del Huemul, por ejemplo, o se volvía, o terminaba cruzando muy de madrugada, cuando la temperatura es más baja y el río viene con menor caudal.
La gente que nos iba a traer el morfi para los días siguientes no pudo cruzar el día de nuestra llegada al refu, y se volvió para hacer un nuevo intento a la madrugada. Finalmente pudieron cruzar, con el agua a la cintura y mucha dificultad, y llegar hasta el refugio (¡genia Marreika!).
Al día siguiente nos tocaría a nosotros...
Salimos temprano para Paso del Viento, donde almorzamos. El día estaba espectacular, el viento... bien gracias (¿dónde estaba el viento de Paso del Viento?). Estuvimos un buen rato disfrutando del panorama, y luego partimos hacia el río, a ver que nos deparaba el destino.
Era más de mediodía, y el sol estaba fuertísimo, y había estado igual el dia anterior, así que el río venía con todo. Después de sopesar un poco las alternativas, los guías decidieron cruzar por la tirolesa. Vos dirás, "¡avisá! ¿había una tirolesa? ¿por qué tanto lío entonces?". Bueno, uno de los cables de la tirolesa tiene un anclaje salido. Y varios hilos de acero cortados. No es la tirolesa más confiable, digamos. Y está en un cañadón bastante profundo y caudaloso. No sería divertido caerse justo ahí...
Sin embargo, y a pesar de todas las advertencias, había mucha gente cruzando. De todas maneras, Diego, el Boti y Cristian se ocuparon de reforzar con cuerdas el asunto, y de hacernos cruzar asegurados, para minimizar las probabilidades de que ocurriera algo feo. Desde afuera, tal vez por la inexperiencia en tirolesas y la incapacidad de evaluar correctamente el riesgo, debo decir que a mi me resultó más divertido cruzar haciendo tirolesa que intentar un vadeo metiendo las patas en el agua helada y correntosa...
Superado el cruce del río Toro, después de un rato más de trekking sin novedades llegamos a nuestro último campamento.
Etapa VI: Laguna Toro - El Chaltén
Último día. Sería una jornada tranquila, aunque relativamente larga. Y el hito del día, por así decirlo, era la subidita que arrancaba al ratito nomás de salir de Laguna Toro. Tranquila, pero constante.
El premio fue llegar a un hermoso prado en donde almorzamos, otra vez bajo un sol espectacular, con vista por un lado hacia el lago Viedma, por otro hacia el Fitz Roy y el Torre, y por otro hacia el cordón Moreno. Sobraban los tábanos, eso sí.
De ahí empalmamos con el camino de trekking que va a la Loma del Pliegue Tumbado, directo hacia El Chaltén, sin paradas intermedias, siempre con espectaculares vistas del Fitz a nuestras espaldas.
Y fin
Fue una travesía muy especial, en muchos sentidos. Primero, porque fue un sueño concretado, y porque es impresionante. El campo de hielo es impresionante, el Circo de los Altares es impresionante (sí sí, tuvimos nuestros problemitas en un primer momento, pero los superamos).
Pero también porque tiene muchos condimentos: bosque, pradera, hielo, nieve, grietas, morrenas, lagunas, arroyos, ríos, piedra, acarreo, refugios, campamento, campamento en hielo, pasos de altura, glaciares, caminatas con grampones, con raquetas, encordadas, sol, viento, frío, calor, nubes, ¿qué más querés? Ah, sí, ¡tirolesa!
Desde lo técnico sentí que fue un desafío, y estuvo en dificultad un escaloncito más arriba de las cosas que había hecho hasta ahora. Las jornadas de marcha eran largas, y a muy buen ritmo. La mochi fue siempre pesada, especialmente los primeros días. Los grampones son un dolor de huevos, ahí me falta experiencia. Fue mi primera vez caminando con raquetas, pero encontré que caminar con raquetas es casi natural (hasta que intentás ir para atrás y terminás de culo en el piso). Fue mi primera vez caminando encordado, y eso resultó toda una experiencia, porque te impone sí o sí un ritmo, hay que ir todo el tiempo prestando atención para no pisar las cuerdas, porque en cierta manera es más "solitario" (que paradoja que caminar atado a otros sea más solitario, ¿no?), y me encontré bastante más conectado con el entorno que si uno va suelto, charlando, moviéndose de acá para allá, haciendo la suya. Nunca había armado una carpa directamente en el hielo, ni construído un muro de hielo. Nunca les había sacado tanto el jugo a los bastones de trekking.
También fue una oportunidad para poner en práctica toda la experiencia acumulada, y cada travesía previa, cada campamento, cada ascenso, cada subida, cada bajada, cada vadeo, cada salida a correr, cada sábado a la mañana entrenando en Palermo, cada paso que fui dando todos estos años de trekking y montaña, sumó.
Y pensé mucho en mucha gente con la que caminé y me enseñó a caminar. No se muy bien por qué, fue un viaje bastante introspectivo también. Tuvo su faceta de "círculo que se cierra", de haberle encontrado un propósito o un destino a vivencias previas.
Fue una experiencia impactante, emocionante, inolvidable.
Todas las fotos, acá: Hielos Continentales 2012