Encuentro casual
Encuentro casual (¿desafortunado?) una mañana cualquiera. ¿Cuántos años han pasado? ¿cinco? ¿seis? ¿aún más? Como sea, mucho, mucho tiempo. Mucho, pero que mucho más del que cualquiera consideraría normal. El encuentro dura segundos, lo suficiente para cruzar las miradas, darse un beso, e intercambiar un "¡hola! ¿cómo estás?" automático.
Uno de los dos inmediatamente dice "chau" con un nudo en la garganta, acongojado, quizás temeroso de que las emociones le ganen y afloren. Al otro no se le hace un nudo en la garganta. En parte porque está más preocupado porque esa mañana realmente no tiene tiempo. Pero sobretodo porque hace rato que decidió dejar a la otra persona en el rincón de los recuerdos, y dejó de pensar (de sufrir) por lo que podría (debería) haber sido.
Después de todo, ¿para qué? Es raro, se siente raro. Pero "es". Y uno de los dos hace rato que se cansó de intentar cambiarlo, o de "normalizarlo". Sus buenos momentos pertenecen al pasado, y son tanto más buenos cuanto más retroceden en el tiempo. ¿No es mejor dejarlo así?
Cada una sigue por su lado. Pero a una de las dos personas, todo el día le viene a la cabeza el encuentro como un "flash". Y esa sensación de que el encuentro fue raro, incómodo, inesperado, fugaz, inoportuno, y que no logra calificarlo de una manera positiva. Y que según el manual de la sociedad, está mal que así sea. El sentido común dice que directamente no debería haber sido. Porque no hay reencuentro si no hay un desencuentro en primer lugar, y el mismo manual arranca diciendo que esas dos personas no deberían desencontrarse nunca. Una le debe a la otra su vida, y gran parte de lo que es.
Pero están desencontrados. Y una de las dos personas no logra responderse a si misma que es lo que le molesta más, si el hecho de que están desencontrados, o que un encuentro casual se lo haya recordado. Acaso esa mañana quedó demostrado que todo lo que hizo para que dejara de importarle no fue suficiente, y en el fondo, le sigue importando. Más de uno le dirá que es la naturaleza de los vínculos de sangre. Y ahí está la clave, lo que realmente le molesta, es eso: descubrir que la otra persona está, existe, y que es mentira que la borró de su vida, y que tal vez no pueda borrarla nunca, por más empeño que le ponga.
Vulnerable. Eso lo hace sentir vulnerable.
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